La Pasión de Cristo vista por santa Faustina Kowalska

El Señor colmó a sor Faustina Kowalska de gracias extraordinarias, entre las que destaca su participación en cada etapa de la Pasión de Cristo, con diversas visiones de los sufrimientos padecidos por Jesús. Además, la religiosa experimentó en su cuerpo los estigmas de la Pasión, sintiendo dolores en los mismos lugares que Cristo tuvo traspasados (las manos, los pies y el costado), sufriendo incluso el dolor de la corona de espinas. Asimismo, sor Faustina gozó de la gracia de ver a Cristo Resucitado.

De todo ello dejó constancia escrita en su Diario, la Divina Misericordia en mi alma. A continuación, os destaco diversos pasajes del mismo, en los que podréis leer también las palabras de Jesús resaltadas en color negrita, con indicación del numeral del Diario donde se encuentran.

Sobre el Domingo de Ramos, día en que Jesús entró triunfalmente en la ciudad de Jerusalén, sor Faustina escribe en su Diario un impactante relato, ya que explica el gran sufrimiento que soportó el Señor, a pesar de ser aclamado por el pueblo como el Mesías.

“El Domingo de Ramos. Este domingo experimenté de manera singular los sentimientos del Dulcísimo Corazón de Jesús; mi espíritu estaba allí donde estaba Jesús. Vi a Jesús montado en un burrito, y a los discípulos, y a una gran muchedumbre que iba alegre junto a Jesús con ramos en las manos; y algunos los tiraban bajo los pies donde pasaba Jesús y otros mantenían los ramos en alto, brincando y saltando delante del Señor sin saber qué hacer de alegría. Y vi otra muchedumbre que salió al encuentro de Jesús, con rostros igualmente alegres y con ramos en las manos, gritando sin cesar de alegría; había también niños pequeños, pero Jesús estaba muy serio; el Señor me dio a conocer lo mucho que sufría en aquellos momentos. Yo no veía nada fuera de Jesús, que tenía el Corazón saturado por la ingratitud [de los hombres]” (Diario, 642).

“21 III 1937. Domingo de Ramos. Durante la Santa Misa mi alma fue sumergida en la amargura y los sufrimientos de Jesús. Jesús me hizo saber cuánto había sufrido en ese cortejo triunfal. Los `Hosanna´ resonaban en el Corazón de Jesús con `Crucifícalo´. Jesús me lo hizo sentir de modo singular” (Diario, 1028).

“10 IV [1938]. Domingo de Ramos. Estuve en la Santa Misa, pero no tuve fuerza para ir a buscar la palma. Me sentía tan débil que apenas pude resistir durante el tiempo de la Santa Misa. A lo largo de la Santa Misa Jesús me dio a conocer el dolor de Su Alma y sentí claramente cómo los himnos `Hosanna´ resonaban dolorosamente en Su Sagrado Corazón. También mi alma fue inundada de un mar de amargura y cada `Hosanna´ me traspasaba el corazón por completo. Toda mi alma fue atraída a la cercanía de Jesús. Oí la voz de Jesús”: “Hija Mía, tu compasión de Mí es un alivio para Mí, tu alma adquiere una belleza particular meditando Mi Pasión” (Diario, 1657).

El Señor le permitió a sor Faustina vivir los tormentos de cada etapa de Su Pasión, cediéndole una pequeña parte de Sus sufrimientos en la Redención humana. De esta manera, la religiosa conoció la Omnipotencia del Amor y la Misericordia de Jesús por los hombres.

“Te doy una pequeña parte en la Redención del género humano. Tú eres el alivio en el momento de Mi agonía” (Diario, 310).

“25 III 1937. Jueves Santo. Durante la Santa Misa vi al Señor que me dijo”: “Apoya tu cabeza sobre Mi pecho y descansa”. “El Señor me abrazó a Su Corazón y dijo”: “Te daré una pequeña parte de Mi Pasión, pero no tengas miedo, sino que sé valiente; no busques alivio, sino que acepta todo con sumisión a Mi Voluntad” (Diario, 1053).

“Mientras Jesús se despedía de mí, un dolor tan grande estrechó mi alma que es imposible expresarlo. Me abandonaron las fuerzas físicas, salí rápidamente de la capilla y me acosté en la cama. Me olvidé de lo que pasaba alrededor de mí, mi alma estaba deseando al Señor y toda la amargura de Su Corazón Divino se comunicó a mí. Eso duró no más de tres horas. Rogué al Señor que me preservara de la vista de los que me rodeaban. Aunque traté, no pude tomar ningún alimento durante todo el día, hasta la noche.

Deseaba ardientemente pasar toda la noche en la oscuridad con el Señor Jesús. Recé hasta las once, a las once el Señor me dijo: `Ve a descansar, te he hecho vivir durante tres horas lo que he sufrido durante toda la noche´. Y enseguida me acosté en la cama.

Estaba completamente sin fuerzas físicas, la Pasión me las quitó del todo. Todo el tiempo estaba como desmayada, cada latido del Corazón de Jesús repercutía en mi corazón y traspasaba mi alma. Ciertamente si ese martirio hubiera sido solamente mío, habría sufrido menos, pero cuando miraba a Aquel a quien mi corazón había amado con todas las fuerzas, que Él sufría y yo no le podía dar ningún alivio, mi corazón se despedazaba en el amor y la amargura. Agonizaba con Él y no podía morir; pero no cambiaria ese martirio por todas las dichas del mundo. En ese sufrimiento mi amor aumentó de modo indecible. Sé que el Señor me sostenía con Su Omnipotencia, ya que de otro modo no habría podido resistir ni un momento. Viví junto con Él toda clase de tormentos de modo singular. El mundo no conoce todavía todo lo que Jesús ha sufrido. Le hice compañía en el Huerto de los Olivos y en la oscuridad del calabozo, en los interrogatorios de los tribunales, estuve con Él en cada etapa de Su Pasión; no se ha escapado a mi atención ni un solo movimiento, ni una sola mirada Suya, conocí toda la Omnipotencia de Su Amor y de Su Misericordia hacia las almas” (Diario, 1054).

Sor Faustina narra la sorprendente visión que tuvo de la flagelación de Jesús a manos de los soldados romanos.

“Jueves, adoración nocturna.

Al venir a la adoración, enseguida me envolvió un recogimiento interior y vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de las vestiduras y enseguida empezó la flagelación. Vi a cuatro hombres que por turno azotaban al Señor con disciplinas. El corazón dejaba de latir al ver esos tormentos. Luego el Señor me dijo estas palabras: `Estoy sufriendo un dolor aún mayor del que estás viendo´. Y Jesús me dio a conocer los pecados por los cuales se sometió a la flagelación, son los pecados impuros. ¡Oh, cuánto sufrió Jesús moralmente al someterse a la flagelación! Entonces Jesús me dijo: `Mira y ve el género humano en el estado actual´. En un momento vi cosas terribles: los verdugos se alejaron de Jesús y otros hombres se acercaron para flagelar, los cuales tomaron los látigos y azotaban al Señor sin piedad. Eran sacerdotes, religiosos y religiosas y máximos dignatarios de la Iglesia, lo que me sorprendió mucho, eran laicos de diversa edad y condición, todos descargaban su ira en el inocente Jesús. Al verlo mi corazón se hundió en una especie de agonía; y mientras los verdugos lo flagelaban, Jesús callaba y miraba a lo lejos, pero cuando lo flagelaban aquellas almas que he mencionado arriba, Jesús cerró los ojos y un gemido silencioso pero terriblemente doloroso salió de Su Corazón. Y el Señor me dio a conocer detalladamente el peso de la maldad de aquellas almas ingratas: `Ves, he aquí un suplicio mayor que Mi Muerte´. Entonces mis labios callaron y empecé a sentir en mí la agonía y sentía que nadie me consolaría ni me sacaría de ese estado sino Aquel que a eso me había llevado. Entonces el Señor me dijo: `Veo el dolor sincero de tu corazón que ha dado un inmenso alivio a Mi Corazón, mira y consuélate´” (Diario, 445).

“A pesar de estar enferma decidí hacer hoy, como de costumbre, la Hora Santa. En esta hora vi a Jesús flagelado junto a la columna. Durante este terrible tormento Jesús rezaba y un momento después me dijo”: “Son pocas las almas que contemplan Mi Pasión con verdadero sentimiento; a las almas que meditan devotamente Mi Pasión, les concedo el mayor número de gracias” (Diario, 737).

Al relatar la coronación de espinas, sor Faustina asegura que nadie se puede imaginar el tremendo sufrimiento que padeció Jesús por nosotros antes de la Crucifixión.

“Cuando me sumerjo en la Pasión del Señor, a menudo en la adoración veo al Señor Jesús bajo este aspecto: después de la flagelación los verdugos tomaron al Señor y le quitaron Su Propia túnica que ya se había pegado a las llagas; mientras la despojaban volvieron a abrirse Sus llagas. Luego vistieron al Señor con un manto rojo, sucio y despedazado sobre las llagas abiertas. El manto llegaba a las rodillas solamente en algunos lugares. Mandaron al Señor sentarse en un pedazo de madero y entonces trenzaron una corona de espinas y ciñeron con ella la Sagrada Cabeza; pusieron una caña en Su mano, y se burlaban de Él homenajeándolo como a un rey. Le escupían en la cara y otros tomaban la caña y le pegaban en la cabeza; otros le producían dolor a puñetazos, y otros le taparon la cara y le golpeaban con los puños. Jesús lo soportaba silenciosamente. ¿Quién puede entender Su dolor? Jesús tenía los ojos bajados hacia la tierra. Sentí lo que sucedía entonces en el Dulcísimo Corazón de Jesús. Que cada alma medite lo que Jesús sufría en aquel momento. Competían en insultar al Señor. Yo pensaba, ¿de dónde podía proceder tanta maldad en el hombre? La provoca el pecado. Se encontraron el Amor y el pecado” (Diario, 408).

“13 II [1937]. Hoy, durante la Pasión, he visto a Jesús martirizado, coronado de espinas y con un pedazo de caña en la mano. Jesús callaba, mientras los soldadotes rivalizaban torturándolo. Jesús no decía nada, solamente me miró; en aquella mirada sentí Su tortura tan tremenda que nosotros no tenemos ni siquiera una idea de lo que Jesús sufrió por nosotros antes de la Crucifixión. Mi alma está llena de dolor y de nostalgia: sentí en el alma un gran odio por el pecado, y la más pequeña infidelidad mía me parece una montaña alta y la reparo con la mortificación y las penitencias. Cuando veo a Jesús martirizado, el corazón se me hace pedazos; pienso en lo que será de los pecadores si no aprovechan la Pasión de Jesús. En Su Pasión veo todo el mar de la Misericordia” (Diario, 948).

A lo largo del Diario, sor Faustina recoge varias visiones de Jesús tendido y clavado en la Cruz.

“Durante la Santa Misa vi a Jesús tendido en la Cruz y me dijo: `Discípula Mía, ten un gran amor para aquellos que te hacen sufrir, haz el bien a quienes te odian´. Contesté: `¡Oh! Maestro mío, si Tú ves que no les tengo el sentimiento del amor y eso me entristece´. Jesús me respondió”: “El sentimiento no siempre está en tu poder; si tienes el amor, lo reconocerás si tras experimentar disgustos y contrariedades no pierdes la calma, sino que rezas por aquellos que te han hecho sufrir y les deseas todo lo bueno” (Diario, 1628).

“Terminando las letanías, vi una gran claridad y en ella a Dios Padre. Entre la luz y la Tierra, vi a Jesús clavado en la Cruz de tal forma que Dios, deseando mirar hacia la Tierra, tenía que mirar a través de las heridas de Jesús. Y entendí que Dios bendecía la Tierra en consideración a Jesús” (Diario, 60).

“Entonces vi a Jesús clavado en la Cruz. Después de estar Jesús colgado en ella un momento, vi toda una multitud de almas crucificadas como Jesús. Vi la tercera muchedumbre de almas y la segunda de ellas. La segunda infinidad de almas no estaba clavada en la Cruz, sino que las almas sostenían fuertemente la Cruz en la mano; mientras tanto la tercera multitud de almas no estaba clavada ni sostenía la Cruz fuertemente, sino que esas almas arrastraban la Cruz detrás de sí y estaban descontentas. Entonces Jesús me dijo”: Ves, esas almas que se parecen a Mí en el sufrimiento y en desprecio, también se parecerán a Mí en la Gloria; y aquellas que menos se asemejan a Mí en el sufrimiento y en el desprecio, serán menos semejantes a Mí también en la Gloria”.

“La mayor parte de las almas crucificadas pertenecían al estado eclesiástico; vi también almas crucificadas que conozco y eso me dio mucha alegría. De repente Jesús me dijo: `En la meditación de mañana reflexionarás sobre lo que has visto hoy´. Y enseguida el Señor Jesús desapareció” (Diario, 446).

(…) “Por la noche vi al Señor Jesús crucificado. De las manos y de los pies y del costado goteaba la Sacratísima Sangre. Un momento después Jesús me dijo: `Todo esto por la salvación de las almas. Reflexiona, hija Mía, sobre lo que haces tú para su salvación´. Contesté: `Jesús, cuando miro Tu Pasión no hago casi nada para salvar las almas´. Y el Señor me dijo: `Has de saber, hija Mía, que tu cotidiano, silencioso martirio en la total sumisión a Mi Voluntad introduce a muchas almas al Cielo y cuando te parezca que el sufrimiento sobrepasa tus fuerzas, mira Mis llagas, y te elevarás por encima del desprecio y de los juicios humanos. La meditación de Mi Pasión te ayudará a elevarte por encima de todo´. Entendí muchas cosas que antes no había logrado comprender” (Diario, 1184).

“A las once, Jesús me dijo: `Hostia Mía, tú eres alivio para Mi Corazón martirizado´. Pensé que después de estas palabras mi corazón se quemaría. Y me introdujo en una muy estrecha unión Consigo y mi corazón se unió a Su Corazón de modo amoroso y sentía Sus más débiles latidos y Él los míos. El fuego de mi amor, creado, fue unido al ardor de Su Amor Eterno. Esta gracia supera con su grandeza todas las demás. Su Esencia Trina me envolvió toda y fui sumergida toda en Él, en cierto sentido mi pequeñez chocó contra el Soberano Inmortal. Estaba sumergida en un Amor inconcebible y en un tormento inconcebible a causa de Su Pasión. Todo lo que tenía relación son Su Ser, se comunicaba también a mí” (Diario, 1056).

“Jesús me había dado a conocer y presentir esta gracia y hoy me la concedió. No me habría atrevido ni siquiera soñar con esta gracia. Mi corazón está como en un continuo éxtasis aunque exteriormente nada me impide tratar con el prójimo ni solucionar distintos asuntos. No soy capaz de interrumpir mi éxtasis ni nadie logra adivinarlo, porque le pedí que se dignara protegerme de las miradas de los hombres. Y con esta gracia entró en mi alma todo un mar de luz respecto al conocimiento de Dios y de mí misma; y el asombro me envuelve toda e introduce como en un nuevo éxtasis por saber que Dios se dignó humillarse hasta mí, tan pequeñita” (Diario, 1057).

“A las tres, postrándome en cruz, rogué por el mundo entero. Jesús estaba terminando Su Vida mortal, oí Sus siete palabras, después me miró y dijo”: “Amadísima hija de Mi Corazón, tú eres Mi alivio entre terribles tormentos” (Diario, 1058).

Sor Faustina también escribe sobre el profundo dolor que sintió por la Muerte de Jesús.

“Cuando Jesús dio el último suspiro, mi alma se sumergió en dolor y durante largo tiempo no pude volver en mí. Encontré algún alivio en lágrimas. Aquel a quien mi corazón ha amado, está muriendo. ¿Hay quién pueda comprender mi dolor?” (Diario, 1060).

“Antes de anochecer oí en la radio cantos y precisamente salmos cantados por sacerdotes. Rompí a llorar y todo el dolor se renovó en mi alma y lloraba sin encontrar consuelo a mi dolor. De repente oí en el alma una voz”: “No llores, no sufro más. Y por la fidelidad con la cual Me has acompañado en la Pasión y la Muerte, tu muerte será solemne y Yo te haré compañía en esa última hora. Amada perla de Mi Corazón, veo tu amor tan puro, más que el de los ángeles; más, porque tú luchas. Por ti bendigo al mundo. Veo tus esfuerzos por Mí y encantan Mi Corazón”.

“Después de estas palabras no lloré más, sino que agradecí al Padre Celestial por habernos enviado a Su Hijo y por la obra de Redención del género humano” (Diario, 1061).

Los estigmas de la Pasión

Otra de las gracias extraordinarias que vivió sor Faustina fue la de experimentar en su cuerpo los estigmas de la Pasión de Cristo, con dolores en las manos, los pies y el costado, e incluso el sufrimiento de la corona de espinas. Jesús permitía estos padecimientos como acto de reparación por los pecadores y también cuando la religiosa se encontraba con alguna persona que no estaba en la gracia de Dios.

“La primera vez que recibí estos sufrimientos fue así: después de los votos anuales, un día, mientras rezaba vi una gran claridad y de esa claridad salieron dos rayos que me envolvieron y de repente sentí un tremendo dolor en las manos, los pies y el costado y el sufrimiento de la corona de espinas. Experimentaba este sufrimiento los viernes, durante la Santa Misa, pero era un momento muy breve. Eso se repitió unos cuantos viernes y después no sentí ningún sufrimiento hasta el momento actual, es decir, hasta finales de septiembre de este año. En esta enfermedad, el viernes, durante la Santa Misa sentí que me penetraron los mismos sufrimientos; y eso se repite cada viernes y a veces cuando encuentro a alguna alma que no está en el estado de gracia. Aunque eso sucede raramente y el sufrimiento dura muy poco tiempo, no obstante es terrible, y sin una gracia especial de Dios no podría soportarlo. Y por fuera no tengo ninguna señal de estos sufrimientos. ¿Qué va a venir después? No sé. Todo sea por las almas…” (Diario, 759).

“25 IX. Padezco sufrimientos en las manos, los pies y el costado, en los lugares que Jesús tenía traspasados. Experimento particularmente estos sufrimientos cuando me encuentro con un alma que no está en el estado de gracia; entonces rezo ardientemente que la Divina Misericordia envuelva a aquella alma” (Diario, 705).

“11 II [1937]. Hoy es viernes. Durante la Santa Misa sufrí unos dolores en mi cuerpo: en los pies, en las manos y en el costado. Jesús Mismo permite estos sufrimientos como reparación por los pecadores. El momento es breve, pero el sufrimiento grande; no sufro más que un par de minutos, pero la impresión queda mucho tiempo y es muy viva” (Diario, 942).

“24 II 1937. Hoy durante la Santa Misa vi a Jesús agonizante; los sufrimientos del Señor traspasan mi alma y mi cuerpo, aunque invisible, pero el dolor es grande, dura muy poco tiempo” (Diario, 976).

“28 II 1937. Hoy, durante un momento más largo, he experimentado la Pasión del Señor Jesús y he conocido que son muchas las almas que necesitan oraciones. Siento que me transformo toda en plegaria para impetrar la Divina Misericordia para cada alma. ¡Oh Jesús mío!, Te recibo en mi corazón como prenda de Misericordia para las almas” (Diario, 996).

“5 III 1937. Hoy he sentido en mi cuerpo la Pasión del Señor durante bastante tiempo; es un gran dolor, pero todo por las almas inmortales” (Diario, 1010).

“15 III 1937. Hoy he entrado en la amargura de la Pasión del Señor Jesús; sufrí solo espiritualmente, conocí cuán terrible es el pecado. El Señor me ha revelado toda la aversión al pecado. Interiormente, en el fondo de mi alma, conocí lo terrible que es el pecado, aunque sea el más pequeño, y lo mucho que torturó el alma de Jesús. Preferiría padecer mil infiernos que cometer aun el más pequeño pecado venial” (Diario, 1016).

“26 III 1937. Viernes. Desde por la mañana sentía en mi cuerpo el tormento de Sus cinco llagas. El sufrimiento duró hasta las tres. Aunque por fuera no había ninguna huella, no obstante las torturas no eran menos dolorosas. Me alegré de que Dios me protegiera de las miradas de la gente” (Diario, 1055).

“Una vez vi a un siervo de Dios en el peligro del pecado grave que iba a ser cometido un momento después. Empecé a pedir a Dios que me cargara con todos los tormentos del Infierno, todos los sufrimientos que quisiera, pero que liberase a ese sacerdote y lo alejara del peligro de cometer el pecado. Jesús escuchó mi súplica y en un momento sentí en la cabeza la corona de espinas. Las espinas de la corona penetraron hasta mi cerebro. Esto duró tres horas. El siervo de Dios fue liberado de aquel pecado y Dios fortaleció su alma con una gracia especial” (Diario, 41).

“En cierta ocasión conocí a una persona que pensaba cometer un pecado grave. Pedí al Señor que me enviara los peores tormentos, para que aquella alma fuera preservada. De repente sentí en la cabeza el atroz dolor de la corona de espinas. Eso duró bastante tiempo, pero aquella persona permaneció en la gracia de Dios” (…) (Diario, 291).

“Hoy he sentido el dolor de la corona de espinas durante un breve momento. Fue cuando rezaba delante del Santísimo Sacramento por cierta alma. De pronto he sentido un dolor tan violento que mi cabeza se cayó sobre el comulgatorio; ese momento ha sido breve, pero muy doloroso” (Diario, 1425).

Visiones de la Resurrección

Finalmente, sor Faustina relata la alegría que sintió al poder ver a Cristo Resucitado.

“28. La Resurrección. Durante la celebración de la Resurrección, he visto al Señor en la belleza y el resplandor y me dijo: `Hija Mía, la Paz sea contigo´; me bendijo y desapareció, mi alma se llenó de alegría y de júbilo indescriptibles. Mi corazón se fortaleció para la lucha y los sufrimientos” (Diario, 1067).

“Pascua de Resurrección. Hoy durante la ceremonia pascual, vi al Señor Jesús [en] un gran esplendor, se acercó a mí y me dijo: `Paz a ustedes, hijos Míos´, y levantó la mano y nos bendijo. Las llagas de las manos y de los pies y del costado no estaban borradas sino resplandecientes. Luego me miró con tanta Benevolencia y Amor que mi alma se sumergió totalmente en Él, y me dijo: `Has tomado gran parte en Mi Pasión, por eso te doy esta gran participación en Mi Gloria y en Mi alegría´. Toda la ceremonia pascual me pareció un minuto. Un extraño recogimiento envolvió mi alma y se mantuvo durante toda la fiesta. La Amabilidad de Jesús es tan grande que es imposible expresarla” (Diario, 205).


Reflexiones de santa Faustina Kowalska sobre la paciencia

En diversos pasajes del Diariola Divina Misericordia en mi alma, santa Faustina Kowalska reflexiona sobre la virtud de la paciencia, llegando a la conclusión de que es la que nos hará vencer en medio de las dificultades de la vida. Incluso, llega a afirmar que es una prueba necesaria antes de recibir una gracia extraordinaria de Dios.

Es precisamente en los momentos de contrariedad cuando la paciencia y la confianza en la Divina Misericordia nos harán alcanzar la victoria final, aunque esta se manifieste después de años.

A continuación, os dejo las reflexiones de santa Faustina, junto con el numeral del Diario en las que podéis encontrarlas:

“Entre las más grandes dificultades y contrariedades no pierdo la paz interior ni el equilibrio en lo exterior y esto desanima a los adversarios. Entre las contrariedades, la paciencia refuerza al alma” (Diario, 607).

“¡Oh Jesús, dame fortaleza y sabiduría para atravesar esta pavorosa selva, para que mi corazón sepa soportar pacientemente el deseo ardiente de Ti, oh Señor mío! Permanezco siempre en sagrado asombro cuando siento que Te estás acercando a mí. Tú, el Soberano del trono terrible, bajas al miserable destierro y vienes a una pobre mendiga que no tiene nada más que la miseria. No sé hospedarte, ¡oh mi Príncipe!, pero Tú sabes que Te quiero con cada latido de mi corazón. Veo Tu humillación, sin embargo, Tu Majestad no disminuye a mis ojos. Sé que me amas con el amor del Esposo y eso me basta, a pesar de que nos separa un gran abismo, porque Tú eres el Creador y yo Tu criatura. Pero el amor es la única explicación de nuestra unión, fuera de él todo es inconcebible. Solo con el amor se comprende la inconcebible familiaridad con la que me tratas. ¡Oh Jesús!, Tu Grandeza me espanta y permanecería en un continuo asombro y temor si no me tranquilizaras Tú Mismo. Tú me haces capaz de tratar Contigo siempre antes de acercarte” (Diario, 885).

“Hay aquí cierta persona que antes era nuestra alumna. Naturalmente me ejercita en la paciencia, me visita varias veces al día. Después de cada visita estoy cansada, pero veo que es el Señor Jesús quien me ha mandado esta alma. Que todo Te alabe, ¡oh Señor! La paciencia da gloria a Dios. ¡Oh, qué pobres son las almas!” (Diario, 920).

“Hay momentos en los cuales no tengo confianza en mí misma, estoy profundamente convencida de mi debilidad y miseria y comprendo que en tales momentos puedo perseverar solamente confiando en la infinita Misericordia de Dios. La paciencia, la oración y el silencio refuerzan el alma. Hay momentos en los cuales el alma debe callar y no conviene que hable con las criaturas. Aquellos son los momentos de insatisfacción de sí misma y el alma se siente débil como un niño, entonces, se agarra con toda la fuerza a Dios. En tales momentos vivo exclusivamente de la fe y cuando me siento fortalecida por la Gracia de Dios, entonces soy más valiente en la conversación y en las relaciones con el prójimo” (Diario, 944).

“Antes de cada gracia muy grande, mi alma es sometida a una prueba de paciencia, porque la siento pero no la poseo todavía. Mi espíritu se agita, pero la hora aún no ha llegado. Esos momentos son tan misteriosos que es difícil escribir de ellos” (Diario, 1084).

“No es cosa fácil soportar alegremente los sufrimientos y sobre todo los no merecidos. La naturaleza corrupta se rebela y aunque la voluntad y el intelecto están por encima del sufrimiento siendo capaces de hacer el bien a aquellos que les hacen sufrir, sin embargo, el sentimiento hace mucho ruido y como un espíritu inquieto asalta la voluntad y el intelecto, pero al ver que nada puede hacer por sí solo, se calma y se somete al intelecto y a la voluntad. Como una fealdad irrumpe en lo íntimo y hace mucho ruido al quererlo solo escuchar cuando no está atado corto por la voluntad y el intelecto” (Diario, 1152).

“Meditación. Durante la meditación, la hermana que tiene su reclinatorio al lado del mío, carraspea y tose continuamente, a veces sin interrupción. Una vez me vino la idea de cambiar de lugar para el tiempo de meditación, en vista de que era ya después de la Santa Misa; sin embargo, pensé: si cambio de lugar la hermana se dará cuenta y sentirá, quizá, un disgusto por haberme alejado de ella. He decidido continuar con la oración y en mi lugar ofreciendo a Dios un acto de paciencia. Al final de la meditación, mi alma fue inundada de tanta consolación enviada por Dios cuanta pudo soportar mi corazón y el Señor me hizo saber que si me hubiera alejado de esa hermana me habría alejado también de las gracias que descendieron sobre mi alma” (Diario, 1311).

“Retiro espiritual mensual de un día. Durante estos ejercicios espirituales, el Señor me ha dado la luz de un más profundo conocimiento de Su Voluntad y al mismo tiempo del total abandono a esta Santa Voluntad de Dios. Esta luz me ha fortalecido en una paz profunda, dándome a comprender que no debo tener miedo de nada menos del pecado. Cualquier cosa que Dios me envíe, la aceptaré con una total sumisión a Su Santa Voluntad. Dondequiera que Él me ponga, trataré de cumplir fielmente Su Santa Voluntad y todo lo que le agrade, siempre que esté en mi poder, aunque esta Voluntad de Dios fuera para mí dura y pesada como lo fue la Voluntad del Padre Celestial para con Su Hijo que rezaba en el Huerto de los Olivos. Pues me he dado cuenta de que si la Voluntad del Padre Celestial se cumple de este modo en Su Amadísimo Hijo, entonces precisamente de este mismo modo se cumplirá también en nosotros: sufrimientos, persecuciones, ultrajes, deshonor, con todo esto mi alma se asemeja a Jesús. Y cuanto más grande es el sufrimiento, tanto mejor veo que me asemejo a Jesús. Este es el camino más seguro. Si otro camino fuera mejor, Jesús me lo indicaría. Los sufrimientos no me quitan la paz en absoluto, pero, por otra parte, aunque gozo de una paz profunda, no obstante, esta paz profunda no me quita la sensación del sufrimiento. Aunque, a veces, tengo la cara inclinada hacia la tierra y las lágrimas corren en abundancia, sin embargo, en ese mismo momento mi alma goza de una paz profunda y de felicidad…” (Diario, 1394).

“He aprendido que la mayor fuerza está oculta en la paciencia. Veo que la paciencia siempre conduce a la victoria, aunque no inmediatamente, pero la victoria se manifestará después de años. La paciencia va unida a la mansedumbre” (Diario, 1514).

“En los momentos de dudas no actuaré, sino que buscaré cuidadosamente una explicación entre el clero y especialmente en mi director espiritual. No justificarme de los reproches y las observaciones hechas por cualquiera, excepto el caso de ser interrogada directamente para dar testimonio de la verdad. Escuchar con gran paciencia las confidencias de los demás, encargarme de sus sufrimientos, confortándolos, y sumergir mis propios sufrimientos en el Compasivísimo Corazón de Jesús. Nunca salir de las profundidades de Su Misericordia e introducir en ella al mundo entero” (Diario, 1550).


La gracia de la Divina Misericordia

Santa Faustina Kowalska destaca en diversos pasajes de su Diario, la Divina Misericordia en mi alma cómo la Misericordia de Dios actúa con toda su fuerza aun en el mayor pecador. Se trata de una gracia infinita, que no cesa ni se agota, y que siempre está a disposición de toda persona, más allá de los pecados que haya podido cometer.

Incluso ella misma relata ciertos momentos en los que siente debilidad en su alma, hallando consuelo únicamente en Dios: “cuanto más miserable es mi alma, tanto mejor siento que el mar de la Misericordia de Dios me absorbe y me da una enorme fuerza y fortaleza” (Diario, 225).

A continuación, os traslado sus propias reflexiones sobre la gracia de la Divina Misericordia y también las palabras que le transmitió Jesús, que como es habitual os destaco en color negrita, con indicación de los numerales del Diario en los que podéis encontrar su testimonio.

Al final del primer año de noviciado, mi alma empezó a oscurecer. No sentía ningún consuelo en la oración, la meditación venía con gran esfuerzo, el miedo empezó a apoderarse de mí. Penetré más profundamente en mi interior y lo único que vi fue una gran miseria. Vi también claramente la gran Santidad de Dios, no me atrevía a levantar los ojos hacia Él, pero me postré como polvo a sus pies y mendigué Su Misericordia.

Pasaron casi seis meses y el estado de mi alma no cambió nada. Nuestra querida madre maestra me daba ánimo [en] esos momentos difíciles. Sin embargo, este sufrimiento aumentaba cada vez más y más. Se acercaba el segundo año del noviciado. Cuando pensaba que debía hacer los votos, mi alma se estremecía. No entendía lo que leía, no podía meditar. Me parecía que mi oración no agradaba a Dios. Cuando me acercaba a los Santos Sacramentos me parecía que ofendía aún más a Dios. Sin embargo, el confesor no me permitió omitir ni una sola Santa Comunión. Dios actuaba en mi alma de modo singular. No entendía absolutamente nada de lo que me decía el confesor. Las sencillas verdades de la fe se hacían incomprensibles, mi alma sufría sin poder encontrar satisfacción en alguna parte. Hubo un momento en que me vino una fuerte idea de que era rechazada por Dios. Esta terrible idea atravesó mi alma por completo. En este sufrimiento mi alma empezó a agonizar. Quería morir pero no podía (…).

Esta terrible idea de ser rechazados por Dios es un tormento que en realidad sufren los condenados. Recurría a las heridas de Jesús, repetía las palabras de confianza, sin embargo esas palabras se hacían un tormento aún más grande. Me presenté delante del Santísimo Sacramento y empecé a decir a Jesús: `Jesús, Tú has dicho que antes una madre olvide a su niño recién nacido que Dios olvide a Su criatura, y aunque ella olvide, Yo, Dios, no olvidaré a Mi criatura. Oyes, Jesús, ¿cómo gime mi alma? Dígnate oír los gemidos dolorosos de Tu niña. En Ti confío, ¡oh Dios!, porque el Cielo y la Tierra pasarán, pero Tu Palabra perdura eternamente´. No obstante, no encontré alivio ni por un instante” (Diario, 23).

¡Oh almas humanas!, ¿dónde encontrarán refugio el día de la ira de Dios? Refúgiense ahora en la Fuente de la Divina Misericordia. ¡Oh, qué gran número de almas veo que han adorado la Divina Misericordia y cantarán el himno de gloria por la eternidad!” (Diario, 848).

A Jesús le duele especialmente que no se confíe en Él, tal y como transcribe sor Faustina en su Diario:

La desconfianza de las almas desgarra Mis entrañas. Aún más Me duele la desconfianza de las almas elegidas; a pesar de Mi Amor inagotable no confían en Mí. Ni siquiera Mi muerte ha sido suficiente para ellas. ¡Ay de las almas que abusen de ella!” (Diario, 50).

Secretaria Mía, escribe que soy más generoso para los pecadores que para los justos. Por ellos he bajado a la Tierra…. Por ellos he derramado Mi Sangre; que no tengan miedo de acercase a Mí, son los que más necesitan Mi Misericordia” (Diario, 1275).

Diles a las almas que no pongan obstáculos en sus propios corazones a Mi Misericordia que desea muchísimo obrar en ellos. Mi Misericordia actúa en todos los corazones que le abren su puerta; tanto el pecador como el justo necesitan Mi Misericordia. La conversión y la perseverancia son las gracias de Mi Misericordia” (Diario, 1577).

La pérdida de cada alma Me sumerge en una tristeza mortal. Tú siempre Me consuelas cuando rezas por los pecadores. Tu oración que más Me agrada es la oración por la conversión de los pecadores. Has de saber, hija Mía, que esta oración es siempre escuchada” (Diario, 1397).

Precisamente, sor Faustina narra que a menudo ruega la Misericordia de Dios por las almas:

Me relaciono a menudo con almas agonizantes impetrando para ellas la Misericordia de Dios. ¡Oh, qué grande es la Bondad de Dios!, más grande de lo que nosotros podemos comprender. Hay momentos y misterios de la Divina Misericordia de los cuales se asombran los cielos. Que callen nuestros juicios sobre las almas porque la Divina Misericordia es admirable para con ellas” (Diario, 1684).

Acompaño frecuentemente a las almas agonizantes e impetro para ellas la confianza en la Divina Misericordia y suplico a Dios la magnanimidad de la Gracia de Dios que siempre triunfa. La Divina Misericordia alcanza al pecador a veces en el último momento, de modo particular y misterioso. Por fuera parece como si todo estuviera perdido, pero no es así; el alma iluminada por un rayo de la fuerte, y última, Gracia Divina se dirige a Dios en el último momento con tanta fuerza de amor que en ese último momento obtiene de Dios [el perdón] de las culpas y de las penas, sin darnos por fuera alguna señal de arrepentimiento o de contrición, porque ya no reacciona a las cosas exteriores. ¡Oh, qué insondable es la Divina Misericordia! Pero, ¡qué horror! También hay almas que rechazan voluntaria y conscientemente esta Gracia y la desprecian. Aun ya en la agonía misma, Dios Misericordioso da al alma un momento de lucidez interior y, si el alma quiere, tiene la posibilidad de volver a Dios. Pero a veces, en las almas hay una dureza tan grande que conscientemente eligen el Infierno; frustran todas las oraciones que otras almas elevan a Dios por ellas e incluso los mismos esfuerzos de Dios” (Diario, 1698).

Para finalizar, os dejo uno de los muchos testimonios que Jesucristo transmitió a santa Faustina Kowalska, en el que queda patente cómo actúa la gracia de Su Divina Misericordia en cada alma:

Soy Santo, tres veces Santo y siento aversión por el menor pecado. No puedo amar al alma manchada por un pecado, pero cuando se arrepiente, entonces Mi Generosidad para ella no conoce límites. Mi Misericordia la abraza y justifica. Persigo a los pecadores con Mi Misericordia en todos sus caminos y Mi Corazón se alegra cuando ellos vuelven a Mí. Olvido las amarguras que dieron a beber a Mi Corazón y Me alegro de su retorno. Di a los pecadores que ninguna escapará de Mis manos. Si huyen de Mi Corazón Misericordioso, caerán en Mis manos justas. Di a los pecadores que siempre les espero, escucho atentamente el latir de sus corazones [para saber] cuándo latirán para Mí. Escribe que les hablo a través de los remordimientos de conciencia, a través de los fracasos y los sufrimientos, a través de las tormentas y los rayos, hablo con la voz de la Iglesia y si frustran todas Mis gracias, Me molesto con ellos dejándoles a sí mismos y les doy lo que desean” (Diario, 1728).