La Pasión de Cristo vista por santa Faustina Kowalska

El Señor colmó a sor Faustina Kowalska de gracias extraordinarias, entre las que destaca su participación en cada etapa de la Pasión de Cristo, con diversas visiones de los sufrimientos padecidos por Jesús. Además, la religiosa experimentó en su cuerpo los estigmas de la Pasión, sintiendo dolores en los mismos lugares que Cristo tuvo traspasados (las manos, los pies y el costado), sufriendo incluso el dolor de la corona de espinas. Asimismo, sor Faustina gozó de la gracia de ver a Cristo Resucitado.

De todo ello dejó constancia escrita en su Diario, la Divina Misericordia en mi alma. A continuación, os destaco diversos pasajes del mismo, en los que podréis leer también las palabras de Jesús resaltadas en color negrita, con indicación del numeral del Diario donde se encuentran.

Sobre el Domingo de Ramos, día en que Jesús entró triunfalmente en la ciudad de Jerusalén, sor Faustina escribe en su Diario un impactante relato, ya que explica el gran sufrimiento que soportó el Señor, a pesar de ser aclamado por el pueblo como el Mesías.

“El Domingo de Ramos. Este domingo experimenté de manera singular los sentimientos del Dulcísimo Corazón de Jesús; mi espíritu estaba allí donde estaba Jesús. Vi a Jesús montado en un burrito, y a los discípulos, y a una gran muchedumbre que iba alegre junto a Jesús con ramos en las manos; y algunos los tiraban bajo los pies donde pasaba Jesús y otros mantenían los ramos en alto, brincando y saltando delante del Señor sin saber qué hacer de alegría. Y vi otra muchedumbre que salió al encuentro de Jesús, con rostros igualmente alegres y con ramos en las manos, gritando sin cesar de alegría; había también niños pequeños, pero Jesús estaba muy serio; el Señor me dio a conocer lo mucho que sufría en aquellos momentos. Yo no veía nada fuera de Jesús, que tenía el Corazón saturado por la ingratitud [de los hombres]” (Diario, 642).

“21 III 1937. Domingo de Ramos. Durante la Santa Misa mi alma fue sumergida en la amargura y los sufrimientos de Jesús. Jesús me hizo saber cuánto había sufrido en ese cortejo triunfal. Los `Hosanna´ resonaban en el Corazón de Jesús con `Crucifícalo´. Jesús me lo hizo sentir de modo singular” (Diario, 1028).

“10 IV [1938]. Domingo de Ramos. Estuve en la Santa Misa, pero no tuve fuerza para ir a buscar la palma. Me sentía tan débil que apenas pude resistir durante el tiempo de la Santa Misa. A lo largo de la Santa Misa Jesús me dio a conocer el dolor de Su Alma y sentí claramente cómo los himnos `Hosanna´ resonaban dolorosamente en Su Sagrado Corazón. También mi alma fue inundada de un mar de amargura y cada `Hosanna´ me traspasaba el corazón por completo. Toda mi alma fue atraída a la cercanía de Jesús. Oí la voz de Jesús”: “Hija Mía, tu compasión de Mí es un alivio para Mí, tu alma adquiere una belleza particular meditando Mi Pasión” (Diario, 1657).

El Señor le permitió a sor Faustina vivir los tormentos de cada etapa de Su Pasión, cediéndole una pequeña parte de Sus sufrimientos en la Redención humana. De esta manera, la religiosa conoció la Omnipotencia del Amor y la Misericordia de Jesús por los hombres.

“Te doy una pequeña parte en la Redención del género humano. Tú eres el alivio en el momento de Mi agonía” (Diario, 310).

“25 III 1937. Jueves Santo. Durante la Santa Misa vi al Señor que me dijo”: “Apoya tu cabeza sobre Mi pecho y descansa”. “El Señor me abrazó a Su Corazón y dijo”: “Te daré una pequeña parte de Mi Pasión, pero no tengas miedo, sino que sé valiente; no busques alivio, sino que acepta todo con sumisión a Mi Voluntad” (Diario, 1053).

“Mientras Jesús se despedía de mí, un dolor tan grande estrechó mi alma que es imposible expresarlo. Me abandonaron las fuerzas físicas, salí rápidamente de la capilla y me acosté en la cama. Me olvidé de lo que pasaba alrededor de mí, mi alma estaba deseando al Señor y toda la amargura de Su Corazón Divino se comunicó a mí. Eso duró no más de tres horas. Rogué al Señor que me preservara de la vista de los que me rodeaban. Aunque traté, no pude tomar ningún alimento durante todo el día, hasta la noche.

Deseaba ardientemente pasar toda la noche en la oscuridad con el Señor Jesús. Recé hasta las once, a las once el Señor me dijo: `Ve a descansar, te he hecho vivir durante tres horas lo que he sufrido durante toda la noche´. Y enseguida me acosté en la cama.

Estaba completamente sin fuerzas físicas, la Pasión me las quitó del todo. Todo el tiempo estaba como desmayada, cada latido del Corazón de Jesús repercutía en mi corazón y traspasaba mi alma. Ciertamente si ese martirio hubiera sido solamente mío, habría sufrido menos, pero cuando miraba a Aquel a quien mi corazón había amado con todas las fuerzas, que Él sufría y yo no le podía dar ningún alivio, mi corazón se despedazaba en el amor y la amargura. Agonizaba con Él y no podía morir; pero no cambiaria ese martirio por todas las dichas del mundo. En ese sufrimiento mi amor aumentó de modo indecible. Sé que el Señor me sostenía con Su Omnipotencia, ya que de otro modo no habría podido resistir ni un momento. Viví junto con Él toda clase de tormentos de modo singular. El mundo no conoce todavía todo lo que Jesús ha sufrido. Le hice compañía en el Huerto de los Olivos y en la oscuridad del calabozo, en los interrogatorios de los tribunales, estuve con Él en cada etapa de Su Pasión; no se ha escapado a mi atención ni un solo movimiento, ni una sola mirada Suya, conocí toda la Omnipotencia de Su Amor y de Su Misericordia hacia las almas” (Diario, 1054).

Sor Faustina narra la sorprendente visión que tuvo de la flagelación de Jesús a manos de los soldados romanos.

“Jueves, adoración nocturna.

Al venir a la adoración, enseguida me envolvió un recogimiento interior y vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de las vestiduras y enseguida empezó la flagelación. Vi a cuatro hombres que por turno azotaban al Señor con disciplinas. El corazón dejaba de latir al ver esos tormentos. Luego el Señor me dijo estas palabras: `Estoy sufriendo un dolor aún mayor del que estás viendo´. Y Jesús me dio a conocer los pecados por los cuales se sometió a la flagelación, son los pecados impuros. ¡Oh, cuánto sufrió Jesús moralmente al someterse a la flagelación! Entonces Jesús me dijo: `Mira y ve el género humano en el estado actual´. En un momento vi cosas terribles: los verdugos se alejaron de Jesús y otros hombres se acercaron para flagelar, los cuales tomaron los látigos y azotaban al Señor sin piedad. Eran sacerdotes, religiosos y religiosas y máximos dignatarios de la Iglesia, lo que me sorprendió mucho, eran laicos de diversa edad y condición, todos descargaban su ira en el inocente Jesús. Al verlo mi corazón se hundió en una especie de agonía; y mientras los verdugos lo flagelaban, Jesús callaba y miraba a lo lejos, pero cuando lo flagelaban aquellas almas que he mencionado arriba, Jesús cerró los ojos y un gemido silencioso pero terriblemente doloroso salió de Su Corazón. Y el Señor me dio a conocer detalladamente el peso de la maldad de aquellas almas ingratas: `Ves, he aquí un suplicio mayor que Mi Muerte´. Entonces mis labios callaron y empecé a sentir en mí la agonía y sentía que nadie me consolaría ni me sacaría de ese estado sino Aquel que a eso me había llevado. Entonces el Señor me dijo: `Veo el dolor sincero de tu corazón que ha dado un inmenso alivio a Mi Corazón, mira y consuélate´” (Diario, 445).

“A pesar de estar enferma decidí hacer hoy, como de costumbre, la Hora Santa. En esta hora vi a Jesús flagelado junto a la columna. Durante este terrible tormento Jesús rezaba y un momento después me dijo”: “Son pocas las almas que contemplan Mi Pasión con verdadero sentimiento; a las almas que meditan devotamente Mi Pasión, les concedo el mayor número de gracias” (Diario, 737).

Al relatar la coronación de espinas, sor Faustina asegura que nadie se puede imaginar el tremendo sufrimiento que padeció Jesús por nosotros antes de la Crucifixión.

“Cuando me sumerjo en la Pasión del Señor, a menudo en la adoración veo al Señor Jesús bajo este aspecto: después de la flagelación los verdugos tomaron al Señor y le quitaron Su Propia túnica que ya se había pegado a las llagas; mientras la despojaban volvieron a abrirse Sus llagas. Luego vistieron al Señor con un manto rojo, sucio y despedazado sobre las llagas abiertas. El manto llegaba a las rodillas solamente en algunos lugares. Mandaron al Señor sentarse en un pedazo de madero y entonces trenzaron una corona de espinas y ciñeron con ella la Sagrada Cabeza; pusieron una caña en Su mano, y se burlaban de Él homenajeándolo como a un rey. Le escupían en la cara y otros tomaban la caña y le pegaban en la cabeza; otros le producían dolor a puñetazos, y otros le taparon la cara y le golpeaban con los puños. Jesús lo soportaba silenciosamente. ¿Quién puede entender Su dolor? Jesús tenía los ojos bajados hacia la tierra. Sentí lo que sucedía entonces en el Dulcísimo Corazón de Jesús. Que cada alma medite lo que Jesús sufría en aquel momento. Competían en insultar al Señor. Yo pensaba, ¿de dónde podía proceder tanta maldad en el hombre? La provoca el pecado. Se encontraron el Amor y el pecado” (Diario, 408).

“13 II [1937]. Hoy, durante la Pasión, he visto a Jesús martirizado, coronado de espinas y con un pedazo de caña en la mano. Jesús callaba, mientras los soldadotes rivalizaban torturándolo. Jesús no decía nada, solamente me miró; en aquella mirada sentí Su tortura tan tremenda que nosotros no tenemos ni siquiera una idea de lo que Jesús sufrió por nosotros antes de la Crucifixión. Mi alma está llena de dolor y de nostalgia: sentí en el alma un gran odio por el pecado, y la más pequeña infidelidad mía me parece una montaña alta y la reparo con la mortificación y las penitencias. Cuando veo a Jesús martirizado, el corazón se me hace pedazos; pienso en lo que será de los pecadores si no aprovechan la Pasión de Jesús. En Su Pasión veo todo el mar de la Misericordia” (Diario, 948).

A lo largo del Diario, sor Faustina recoge varias visiones de Jesús tendido y clavado en la Cruz.

“Durante la Santa Misa vi a Jesús tendido en la Cruz y me dijo: `Discípula Mía, ten un gran amor para aquellos que te hacen sufrir, haz el bien a quienes te odian´. Contesté: `¡Oh! Maestro mío, si Tú ves que no les tengo el sentimiento del amor y eso me entristece´. Jesús me respondió”: “El sentimiento no siempre está en tu poder; si tienes el amor, lo reconocerás si tras experimentar disgustos y contrariedades no pierdes la calma, sino que rezas por aquellos que te han hecho sufrir y les deseas todo lo bueno” (Diario, 1628).

“Terminando las letanías, vi una gran claridad y en ella a Dios Padre. Entre la luz y la Tierra, vi a Jesús clavado en la Cruz de tal forma que Dios, deseando mirar hacia la Tierra, tenía que mirar a través de las heridas de Jesús. Y entendí que Dios bendecía la Tierra en consideración a Jesús” (Diario, 60).

“Entonces vi a Jesús clavado en la Cruz. Después de estar Jesús colgado en ella un momento, vi toda una multitud de almas crucificadas como Jesús. Vi la tercera muchedumbre de almas y la segunda de ellas. La segunda infinidad de almas no estaba clavada en la Cruz, sino que las almas sostenían fuertemente la Cruz en la mano; mientras tanto la tercera multitud de almas no estaba clavada ni sostenía la Cruz fuertemente, sino que esas almas arrastraban la Cruz detrás de sí y estaban descontentas. Entonces Jesús me dijo”: Ves, esas almas que se parecen a Mí en el sufrimiento y en desprecio, también se parecerán a Mí en la Gloria; y aquellas que menos se asemejan a Mí en el sufrimiento y en el desprecio, serán menos semejantes a Mí también en la Gloria”.

“La mayor parte de las almas crucificadas pertenecían al estado eclesiástico; vi también almas crucificadas que conozco y eso me dio mucha alegría. De repente Jesús me dijo: `En la meditación de mañana reflexionarás sobre lo que has visto hoy´. Y enseguida el Señor Jesús desapareció” (Diario, 446).

(…) “Por la noche vi al Señor Jesús crucificado. De las manos y de los pies y del costado goteaba la Sacratísima Sangre. Un momento después Jesús me dijo: `Todo esto por la salvación de las almas. Reflexiona, hija Mía, sobre lo que haces tú para su salvación´. Contesté: `Jesús, cuando miro Tu Pasión no hago casi nada para salvar las almas´. Y el Señor me dijo: `Has de saber, hija Mía, que tu cotidiano, silencioso martirio en la total sumisión a Mi Voluntad introduce a muchas almas al Cielo y cuando te parezca que el sufrimiento sobrepasa tus fuerzas, mira Mis llagas, y te elevarás por encima del desprecio y de los juicios humanos. La meditación de Mi Pasión te ayudará a elevarte por encima de todo´. Entendí muchas cosas que antes no había logrado comprender” (Diario, 1184).

“A las once, Jesús me dijo: `Hostia Mía, tú eres alivio para Mi Corazón martirizado´. Pensé que después de estas palabras mi corazón se quemaría. Y me introdujo en una muy estrecha unión Consigo y mi corazón se unió a Su Corazón de modo amoroso y sentía Sus más débiles latidos y Él los míos. El fuego de mi amor, creado, fue unido al ardor de Su Amor Eterno. Esta gracia supera con su grandeza todas las demás. Su Esencia Trina me envolvió toda y fui sumergida toda en Él, en cierto sentido mi pequeñez chocó contra el Soberano Inmortal. Estaba sumergida en un Amor inconcebible y en un tormento inconcebible a causa de Su Pasión. Todo lo que tenía relación son Su Ser, se comunicaba también a mí” (Diario, 1056).

“Jesús me había dado a conocer y presentir esta gracia y hoy me la concedió. No me habría atrevido ni siquiera soñar con esta gracia. Mi corazón está como en un continuo éxtasis aunque exteriormente nada me impide tratar con el prójimo ni solucionar distintos asuntos. No soy capaz de interrumpir mi éxtasis ni nadie logra adivinarlo, porque le pedí que se dignara protegerme de las miradas de los hombres. Y con esta gracia entró en mi alma todo un mar de luz respecto al conocimiento de Dios y de mí misma; y el asombro me envuelve toda e introduce como en un nuevo éxtasis por saber que Dios se dignó humillarse hasta mí, tan pequeñita” (Diario, 1057).

“A las tres, postrándome en cruz, rogué por el mundo entero. Jesús estaba terminando Su Vida mortal, oí Sus siete palabras, después me miró y dijo”: “Amadísima hija de Mi Corazón, tú eres Mi alivio entre terribles tormentos” (Diario, 1058).

Sor Faustina también escribe sobre el profundo dolor que sintió por la Muerte de Jesús.

“Cuando Jesús dio el último suspiro, mi alma se sumergió en dolor y durante largo tiempo no pude volver en mí. Encontré algún alivio en lágrimas. Aquel a quien mi corazón ha amado, está muriendo. ¿Hay quién pueda comprender mi dolor?” (Diario, 1060).

“Antes de anochecer oí en la radio cantos y precisamente salmos cantados por sacerdotes. Rompí a llorar y todo el dolor se renovó en mi alma y lloraba sin encontrar consuelo a mi dolor. De repente oí en el alma una voz”: “No llores, no sufro más. Y por la fidelidad con la cual Me has acompañado en la Pasión y la Muerte, tu muerte será solemne y Yo te haré compañía en esa última hora. Amada perla de Mi Corazón, veo tu amor tan puro, más que el de los ángeles; más, porque tú luchas. Por ti bendigo al mundo. Veo tus esfuerzos por Mí y encantan Mi Corazón”.

“Después de estas palabras no lloré más, sino que agradecí al Padre Celestial por habernos enviado a Su Hijo y por la obra de Redención del género humano” (Diario, 1061).

Los estigmas de la Pasión

Otra de las gracias extraordinarias que vivió sor Faustina fue la de experimentar en su cuerpo los estigmas de la Pasión de Cristo, con dolores en las manos, los pies y el costado, e incluso el sufrimiento de la corona de espinas. Jesús permitía estos padecimientos como acto de reparación por los pecadores y también cuando la religiosa se encontraba con alguna persona que no estaba en la gracia de Dios.

“La primera vez que recibí estos sufrimientos fue así: después de los votos anuales, un día, mientras rezaba vi una gran claridad y de esa claridad salieron dos rayos que me envolvieron y de repente sentí un tremendo dolor en las manos, los pies y el costado y el sufrimiento de la corona de espinas. Experimentaba este sufrimiento los viernes, durante la Santa Misa, pero era un momento muy breve. Eso se repitió unos cuantos viernes y después no sentí ningún sufrimiento hasta el momento actual, es decir, hasta finales de septiembre de este año. En esta enfermedad, el viernes, durante la Santa Misa sentí que me penetraron los mismos sufrimientos; y eso se repite cada viernes y a veces cuando encuentro a alguna alma que no está en el estado de gracia. Aunque eso sucede raramente y el sufrimiento dura muy poco tiempo, no obstante es terrible, y sin una gracia especial de Dios no podría soportarlo. Y por fuera no tengo ninguna señal de estos sufrimientos. ¿Qué va a venir después? No sé. Todo sea por las almas…” (Diario, 759).

“25 IX. Padezco sufrimientos en las manos, los pies y el costado, en los lugares que Jesús tenía traspasados. Experimento particularmente estos sufrimientos cuando me encuentro con un alma que no está en el estado de gracia; entonces rezo ardientemente que la Divina Misericordia envuelva a aquella alma” (Diario, 705).

“11 II [1937]. Hoy es viernes. Durante la Santa Misa sufrí unos dolores en mi cuerpo: en los pies, en las manos y en el costado. Jesús Mismo permite estos sufrimientos como reparación por los pecadores. El momento es breve, pero el sufrimiento grande; no sufro más que un par de minutos, pero la impresión queda mucho tiempo y es muy viva” (Diario, 942).

“24 II 1937. Hoy durante la Santa Misa vi a Jesús agonizante; los sufrimientos del Señor traspasan mi alma y mi cuerpo, aunque invisible, pero el dolor es grande, dura muy poco tiempo” (Diario, 976).

“28 II 1937. Hoy, durante un momento más largo, he experimentado la Pasión del Señor Jesús y he conocido que son muchas las almas que necesitan oraciones. Siento que me transformo toda en plegaria para impetrar la Divina Misericordia para cada alma. ¡Oh Jesús mío!, Te recibo en mi corazón como prenda de Misericordia para las almas” (Diario, 996).

“5 III 1937. Hoy he sentido en mi cuerpo la Pasión del Señor durante bastante tiempo; es un gran dolor, pero todo por las almas inmortales” (Diario, 1010).

“15 III 1937. Hoy he entrado en la amargura de la Pasión del Señor Jesús; sufrí solo espiritualmente, conocí cuán terrible es el pecado. El Señor me ha revelado toda la aversión al pecado. Interiormente, en el fondo de mi alma, conocí lo terrible que es el pecado, aunque sea el más pequeño, y lo mucho que torturó el alma de Jesús. Preferiría padecer mil infiernos que cometer aun el más pequeño pecado venial” (Diario, 1016).

“26 III 1937. Viernes. Desde por la mañana sentía en mi cuerpo el tormento de Sus cinco llagas. El sufrimiento duró hasta las tres. Aunque por fuera no había ninguna huella, no obstante las torturas no eran menos dolorosas. Me alegré de que Dios me protegiera de las miradas de la gente” (Diario, 1055).

“Una vez vi a un siervo de Dios en el peligro del pecado grave que iba a ser cometido un momento después. Empecé a pedir a Dios que me cargara con todos los tormentos del Infierno, todos los sufrimientos que quisiera, pero que liberase a ese sacerdote y lo alejara del peligro de cometer el pecado. Jesús escuchó mi súplica y en un momento sentí en la cabeza la corona de espinas. Las espinas de la corona penetraron hasta mi cerebro. Esto duró tres horas. El siervo de Dios fue liberado de aquel pecado y Dios fortaleció su alma con una gracia especial” (Diario, 41).

“En cierta ocasión conocí a una persona que pensaba cometer un pecado grave. Pedí al Señor que me enviara los peores tormentos, para que aquella alma fuera preservada. De repente sentí en la cabeza el atroz dolor de la corona de espinas. Eso duró bastante tiempo, pero aquella persona permaneció en la gracia de Dios” (…) (Diario, 291).

“Hoy he sentido el dolor de la corona de espinas durante un breve momento. Fue cuando rezaba delante del Santísimo Sacramento por cierta alma. De pronto he sentido un dolor tan violento que mi cabeza se cayó sobre el comulgatorio; ese momento ha sido breve, pero muy doloroso” (Diario, 1425).

Visiones de la Resurrección

Finalmente, sor Faustina relata la alegría que sintió al poder ver a Cristo Resucitado.

“28. La Resurrección. Durante la celebración de la Resurrección, he visto al Señor en la belleza y el resplandor y me dijo: `Hija Mía, la Paz sea contigo´; me bendijo y desapareció, mi alma se llenó de alegría y de júbilo indescriptibles. Mi corazón se fortaleció para la lucha y los sufrimientos” (Diario, 1067).

“Pascua de Resurrección. Hoy durante la ceremonia pascual, vi al Señor Jesús [en] un gran esplendor, se acercó a mí y me dijo: `Paz a ustedes, hijos Míos´, y levantó la mano y nos bendijo. Las llagas de las manos y de los pies y del costado no estaban borradas sino resplandecientes. Luego me miró con tanta Benevolencia y Amor que mi alma se sumergió totalmente en Él, y me dijo: `Has tomado gran parte en Mi Pasión, por eso te doy esta gran participación en Mi Gloria y en Mi alegría´. Toda la ceremonia pascual me pareció un minuto. Un extraño recogimiento envolvió mi alma y se mantuvo durante toda la fiesta. La Amabilidad de Jesús es tan grande que es imposible expresarla” (Diario, 205).


Homilía del papa Francisco en la Misa de la Fiesta de la Divina Misericordia

El papa Francisco ha presidido en la plaza de San Pedro una Misa con motivo de la Fiesta de la Divina Misericordia, que Jesucristo Mismo ordenó celebrar en el mundo entero el primer domingo tras la Pascua de Resurrección, tal y como le transmitió a sor Faustina Kowalska en 1931.

La Fiesta tiene el rango más alto de entre todas las formas de culto a la Divina Misericordia, debido a la magnitud de las promesas que Jesús reveló a sor Faustina.

A continuación, os dejo el texto completo de la homilía del papa Francisco, en las que el Sumo Pontífice ha destacado que la Misericordia de Dios es más grande que la miseria del hombre “porque Él es Misericordia y obra maravillas en nuestras miserias”.

En el Evangelio de hoy aparece varias veces el verbo ver: «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20); luego, dijeron a Tomás: «Hemos visto al Señor» (v. 25). Pero el Evangelio no describe al Resucitado ni cómo le vieron; solo hace notar un detalle: «Les enseñó las manos y el costado» (v. 20). Es como si quisiera decirnos que los discípulos reconocieron a Jesús de ese modo: a través de sus llagas. Lo mismo sucedió a Tomás; también él quería ver «en sus manos la señal de los clavos» (v. 25) y después de haber visto creyó (v. 27).

A pesar de su incredulidad, debemos agradecer a Tomás que no se conformara con escuchar a los demás decir que Jesús estaba vivo, ni tampoco con verle en carne y hueso, sino que quiso ver en profundidad, tocar sus heridas, los signos de su Amor. El Evangelio llama a Tomás «Dídimo» (v. 24), es decir, mellizo, y en su actitud es verdaderamente nuestro hermano mellizo. Porque tampoco para nosotros es suficiente saber que Dios existe; no nos llena la vida un Dios resucitado pero lejano; no nos atrae un Dios distante, por más que sea Justo y Santo. No, tenemos también la necesidad de “ver a Dios”, de palpar que Él ha resucitado por nosotros.

¿Cómo podemos verle? Como los discípulos, a través de sus llagas. Al mirarlas, ellos comprendieron que su Amor no era una farsa y que les perdonaba, a pesar de que estuviera entre ellos quien le renegó y quien le abandonó. Entrar en sus llagas es contemplar el Amor inmenso que brota de su Corazón. Es entender que su Corazón palpita por mí, por ti, por cada uno de nosotros. Queridos hermanos y hermanas: Podemos considerarnos y llamarnos cristianos, y hablar de los grandes valores de la fe, pero, como los discípulos, necesitamos ver a Jesús tocando su Amor. Solo así vamos al corazón de la fe y encontramos, como los discípulos, una paz y una alegría (cf. vv. 19- 20) que son más sólidas que cualquier duda.

Tomás, después de haber visto las llagas del Señor, exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Quisiera llamar la atención sobre este adjetivo que Tomás repite: `mío´. Es un adjetivo posesivo y, si reflexionamos, podría parecer fuera de lugar atribuirlo a Dios: ¿Cómo puede Dios ser mío? ¿Cómo puedo hacer mío al Omnipotente? En realidad, diciendo `mío´ no profanamos a Dios, sino que honramos su Misericordia, porque Él es el que ha querido hacerse nuestro. Y como en una historia de amor, le decimos: Te hiciste hombre por mí, moriste y resucitaste por mí, y entonces no eres solo Dios; eres mi Dios, eres mi vida. En Ti he encontrado el amor que buscaba y mucho más de lo que jamás hubiera imaginado.

Dios no se ofende de ser nuestro, porque el Amor pide intimidad, la Misericordia suplica confianza. Cuando Dios comenzó a dar los Diez Mandamientos ya decía: «Yo soy el Señor, tu Dios» (Ex 20,2) y reiteraba: «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (v. 5). He aquí la propuesta de Dios, amante celoso que se presenta como tu Dios. Y la respuesta brota del corazón conmovido de Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Entrando hoy en el misterio de Dios a través de las llagas, comprendemos que la Misericordia no es una entre otras cualidades suyas, sino el latido mismo de su Corazón. Y entonces, como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor.

¿Cómo saborear este Amor, cómo tocar hoy con la mano la Misericordia de Jesús? Nos lo sugiere el Evangelio, cuando pone en evidencia que la misma noche de Pascua (cf. v. 19), lo primero que hizo Jesús apenas resucitado fue dar el Espíritu para perdonar los pecados. Para experimentar el Amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar. Pero ir a confesarse parece difícil, porque nos viene la tentación ante Dios de hacer como los discípulos en el Evangelio: atrincherarnos con las puertas cerradas. Ellos lo hacían por miedo y nosotros también tenemos miedo, vergüenza de abrirnos y decir los pecados. Que el Señor nos conceda la gracia de comprender la vergüenza, de no considerarla como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro. Cuando sentimos vergüenza, debemos estar agradecidos: quiere decir que no aceptamos el mal, y esto es bueno. La vergüenza es una invitación secreta del alma que necesita del Señor para vencer el mal. El drama está cuando no nos avergonzamos ya de nada. No tengamos miedo de sentir vergüenza. Pasemos de la vergüenza al perdón.

Existe, en cambio, una puerta cerrada ante el perdón del Señor, la de la resignación. La experimentaron los discípulos, que en la Pascua constataban amargamente que todo había vuelto a ser como antes. Estaban todavía allí, en Jerusalén, desalentados; el capítulo Jesús parecía terminado y después de tanto tiempo con Él nada había cambiado. También nosotros podemos pensar: Soy cristiano desde hace mucho tiempo y, sin embargo, no cambia nada, cometo siempre los mismos pecados. Entonces, desalentados, renunciamos a la misericordia. Pero el Señor nos interpela: “¿No crees que Mi Misericordia es más grande que tu miseria? ¿Eres reincidente en pecar? Sé reincidente en pedir misericordia, y veremos quién gana”. Además —quien conoce el sacramento del perdón lo sabe—, no es cierto que todo sigue como antes. En cada perdón somos renovados, animados, porque nos sentimos cada vez más amados. Y cuando siendo amados caemos, sentimos más dolor que antes. Es un dolor benéfico, que lentamente nos separa del pecado. Descubrimos entonces que la fuerza de la vida es recibir el perdón de Dios y seguir adelante, de perdón en perdón.

Además de la vergüenza y la resignación, hay otra puerta cerrada, a veces blindada: nuestro pecado. Cuando cometo un pecado grande, si yo —con toda honestidad— no quiero perdonarme, ¿por qué debe hacerlo Dios? Esta puerta, sin embargo, está cerrada solo de una parte, la nuestra; que para Dios nunca es infranqueable. A Él, como enseña el Evangelio, le gusta entrar precisamente “con las puertas cerradas”, cuando todo acceso parece bloqueado. Allí Dios obra maravillas. Él no decide jamás separarse de nosotros, somos nosotros los que le dejamos fuera. Pero cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con Él. Allí, el Dios herido de Amor sale al encuentro de nuestras heridas. Y hace que nuestras llagas miserables sean similares a sus llagas gloriosas. Porque Él es Misericordia y obra maravillas en nuestras miserias. Pidamos hoy como Tomás la gracia de reconocer a nuestro Dios, de encontrar en su perdón nuestra alegría, en su Misericordia nuestra esperanza.


El domingo 8 de abril de 2018 se celebra la Fiesta de la Divina Misericordia

Hoy hemos celebrado el Domingo de Resurrección, el eje central de la fe católica. Jesús ha resucitado de entre los muertos y ya nunca más caminamos solos porque el Señor permanece siempre a nuestro lado. Celebramos la esperanza de resucitar a través de Jesucristo, que nos brinda la alegría de la vida eterna.

La Resurrección de Cristo también es una invitación a transformar nuestra forma de afrontar las dificultades de la vida, ya que tenemos la certeza de que Jesús nos acompaña en nuestro día a día y a través de Él podemos buscar la gracia de renacer a un nuevo enfoque de vida, sin tristeza ni desesperanza.

El domingo 8 de abril de 2018 también es motivo de alegría para los católicos, ya que se celebra la Fiesta de la Divina Misericordia, que Jesucristo Mismo ordenó celebrar en el mundo entero el primer domingo tras la Pascua de Resurrección, tal y como le transmitió a sor Faustina Kowalska en 1931.

El testimonio de Jesús fue recogido por sor Faustina en el Diario, la Divina Misericordia en mi Alma. A lo largo de este post, os he remarcado en negrita las palabras de Jesús, indicando también el numeral exacto del Diario donde podéis leerlas.

La Fiesta de la Divina Misericordia tiene el rango más alto de entre todas las formas de culto a la Divina Misericordia, debido a la magnitud de las promesas que Jesús reveló a sor Faustina.

Su celebración está vinculada a la devoción de la Imagen de la Divina Misericordia, ya que ese día, según el mandato de Jesucristo, la Imagen de Jesús Misericordioso que le había ordenado pintar ha de estar expuesta en todas las iglesias, para que el mundo entero conozca la infinita Misericordia de Dios hacia el hombre, al que ama sin límites, deseando su salvación eterna. Por ello, Jesús quiere que los pecadores se acerquen a Él sin miedo, con plena confianza en Su infinita Misericordia.

Cuando sor Faustina le pregunta a Jesús el motivo por el que desea que se celebre la Fiesta de la Divina Misericordia, el Señor le responde lo siguiente: “¿Quién, de entre la gente, sabe de ella? Nadie. Y hasta aquellos que han de proclamarla y enseñar a la gente esta Misericordia, muchas veces ellos mismos no lo saben; por eso quiero que la imagen sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua y que se la venere públicamente para que cada alma pueda saber de ella” (Diario, 341).

Hija Mía, di que esta Fiesta ha brotado de las entrañas de Mi Misericordia para el consuelo del mundo entero” (Diario, 1517).

Las promesas de Jesús

En los siguientes numerales del Diario quedan recogidas las promesas de Jesús para quienes celebren la Fiesta de la Divina Misericordia según Sus indicaciones.

Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible Misericordia Mía. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi Misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mi Misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi Misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de Mi Misericordia. Cada alma respecto a Mí, por toda la eternidad meditará Mi Amor y Mi Misericordia. La Fiesta de la Misericordia ha salido de Mis entrañas, deseo que se celebre solemnemente el primer domingo después de Pascua. La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la Fuente de Mi Misericordia” (Diario, 699).

Hija Mía, mira hacia el abismo de Mi Misericordia y rinde honor y gloria a esta Misericordia Mía, y hazlo de este modo: Reúne a todos los pecadores del mundo entero y sumérgelos en el abismo de Mi Misericordia. Deseo darme a las almas, deseo las almas, hija Mía. El día de Mi Fiesta, la Fiesta de la Misericordia, recorrerás el mundo entero y traerás a las almas desfallecidas a la Fuente de Mi Misericordia. Yo las sanaré y las fortificaré” (Diario, 206).

Escribe lo que te diré: No encontrará alma ninguna la justificación hasta que no se dirija con confianza a Mi Misericordia y por eso el primer domingo después de Pascua ha de ser la Fiesta de la Misericordia. Ese día los sacerdotes han de hablar a las almas sobre Mi Misericordia infinita. Te nombro dispensadora de Mi Misericordia. Dile al confesor que la imagen esté expuesta en la iglesia y no en el convento dentro de la clausura. Por medio de esta imagen colmaré a las almas con muchas gracias, por eso, que cada alma tenga acceso a ella” (Diario, 570).

Esta Fiesta ha salido de las entrañas de Mi Misericordia y está confirmada en el abismo de Mis gracias. Toda alma que cree y tiene confianza en Mi Misericordia, la obtendrá” (Diario, 420).

El significado de la Imagen de Jesús Misericordioso

Jesucristo le explica a sor Faustina Kowalska el significado de los dos rayos que se ven en la Imagen de la Divina Misericordia que Él le ordenó pintar.

Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas. Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi Misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la Cruz por la lanza.

Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios. Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia” (Diario, 299).

Proclama que la Misericordia es el atributo más grande de Dios. Todas las obras de Mis manos están coronadas por la Misericordia” (Diario, 301).

Obras de misericordia

Jesús le indica a sor Faustina la exigencia de ser misericordioso con el prójimo y cuáles son las tres formas de realizar obras de misericordia. Esta exigencia se extiende a toda la humanidad.

“Te doy tres formas de ejercer misericordia al prójimo: la primera – la acción, la segunda – la palabra, la tercera – la oración. En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia Mí. De este modo el alma alaba y adora Mi Misericordia. Sí, el primer domingo después de Pascua es la Fiesta de la Misericordia, pero también debe estar presente la acción y pido se rinda culto a Mi Misericordia con la solemne celebración de esta Fiesta y con el culto a la imagen que ha sido pintada. A través de esta imagen concederé muchas gracias a las almas; ella ha de recordar a los hombres las exigencias de Mi Misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil (Diario, 742).

Decreto de la Iglesia

Además, para conseguir la indulgencia plenaria en la Fiesta de la Divina Misericordia, la Iglesia Católica instituyó en un Decreto la necesidad de orar ese día por las intenciones del Sumo Pontífice, indicando lo siguiente:

Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia Divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia Divina, o al menos rece, en presencia del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús Misericordioso (por ejemplo, “Jesús Misericordioso, confío en Ti”). Se concede la indulgencia parcial al fiel que, al menos con corazón contrito, eleve al Señor Jesús Misericordioso una de las invocaciones piadosas legítimamente aprobadas”.