En su Diario, la Divina Misericordia en mi alma, sor Faustina Kowalska escribe los 25 consejos revelados por Jesucristo para instruirla en la lucha espiritual.
Estas revelaciones privadas son una guía dada por Jesús para combatir las tentaciones, dudas y momentos de oscuridad por los que atraviesa el alma de una persona.
Aunque sor Faustina era un alma consagrada, podemos extraer conclusiones para la vida diaria, adaptando el mensaje de Jesús a nuestra situación particular.
El trasfondo es el mismo: Jesucristo nos invita a confiar plenamente en Él para superar cualquier dificultad y nos transmite la certeza de que siempre permanece a nuestro lado, por tanto, no debemos sentir miedo porque nunca luchamos solos.
A continuación, os dejo las palabras de Jesús remarcadas en negrita y el numeral del Diario donde podéis encontrarlas:
“Hija Mía, quiero instruirte sobre la lucha espiritual. Nunca confíes en ti misma, sino que abandónate totalmente a Mi Voluntad.
En el abandono, en las tinieblas y en diferentes dudas recurre a Mí y a tu director espiritual, él te responderá siempre en Mi Nombre.
No te pongas a discutir con ninguna tentación, enciérrate inmediatamente en Mi Corazón.
A la primera oportunidad, revela la tentación al confesor.
Pon el amor propio en el último lugar para que no contamine tus acciones.
Sopórtate a ti misma con gran paciencia.
No descuides las mortificaciones interiores.
Justifica siempre dentro de ti la opinión de las superioras y del confesor.
Aléjate de los murmuradores como de una peste.
Que todos se comporten como quieran, tú compórtate como Yo exijo de ti.
Observa la regla con máxima fidelidad.
Después de sufrir un disgusto, piensa qué cosa buena podrías hacer para la persona que te ha hecho sufrir.
Evita la disipación.
Calla cuando te amonestan.
No preguntes la opinión de todos sino de tu director espiritual; con él sé sincera y sencilla como una niña.
No te desanimes por la ingratitud.
No examines con curiosidad los caminos por los cuales te conduzco.
Cuando el aburrimiento y el desánimo llamen a tu corazón, huye de ti misma y escóndete en Mi Corazón.
No tengas miedo de la lucha, a menudo el solo valor atemoriza las tentaciones y no se atreven a atacarnos.
Lucha siempre con esta profunda convicción de que Yo estoy a tu lado.
No te dejes guiar por el sentimiento, porque él no siempre está en tu poder, todo el mérito está en la voluntad.
Depende siempre de las superioras en las cosas más pequeñas.
No te hago ilusiones con la paz y los consuelos, sino que prepárate a grandes batallas.
Has de saber que ahora estás sobre un escenario donde te observan la Tierra y todo el Cielo.
Lucha como un guerrero para que pueda concederte el premio. No tengas mucho miedo, porque no estás sola” (Diario, 1760).
Sor Faustina Kowalska relata en diversos pasajes de su Diario, la Divina Misericordia en mi alma las grandes tinieblas espirituales que padecía. No obstante, explica que se trata de pruebas enviadas por Dios y que pueden superarse si se confía plenamente en Jesús.
En estos momentos de oscuridad, el sentir el rechazo de Dios turba al alma, cayendo en pensamientos de desaliento, pero si la persona se abandona a la confianza total en Jesús, aunque se sienta condenada, está salvada. Solamente la desconfianza, la falta de fe y la desesperación pueden apartar a un alma de Dios.
“Mi mente estaba extrañamente oscurecida, ninguna verdad me parecía clara. Cuando me hablaban de Dios, mi corazón era como una roca. No lograba sacar del corazón ni un solo sentimiento de amor hacia Él. Cuando con un acto de voluntad trataba de permanecer junto a Dios, experimentaba grandes tormentos y me parecía que con ello causaba una ira mayor de Dios. No podía absolutamente meditar tal y como meditaba anteriormente. Sentía un gran vacío en mi alma y no conseguía llenarlo con nada. Empecé a sentir el hambre y el anhelo de Dios, pero veía toda mi impotencia. Trataba de leer despacio, frase por frase y meditar del mismo modo, pero fue en vano. No comprendía nada de lo que leía. Delante de los ojos de mi alma estaba constantemente todo el abismo de mi miseria. Cuando iba a la capilla por algunos ejercicios espirituales, siempre experimentaba aún más tormentos y tentaciones. A veces, durante toda la Santa Misa luchaba con los pensamientos blasfemos que trataban de salir de mis labios. Sentía aversión por los santos sacramentos. Me parecía que no sacaba ninguno de los beneficios que los santos sacramentos ofrecen. Me acercaba [a ellos] solamente por obediencia al confesor y esa ciega obediencia era para mí el único camino que debía seguir y [mi] tabla de salvación. Cuando el sacerdote me explicó que esas eran las pruebas enviadas por Dios y que, `con el estado en que te encuentras no solo no ofendes a Dios, sino que le agradas mucho, es una señal que Dios te ama inmensamente y que confía en ti, porque te visita con estas pruebas´. No obstante, esas palabras no me consolaron, me parecía que no se referían en nada a mí. Una cosa me extrañaba. A veces cuando sufría enormemente, en el momento de acercarme a la confesión, de repente todos estos terribles tormentos cesaban; pero cuando me alejaba de la rejilla, todos esos tormentos volvían a golpearme [con] mayor furia. Entonces me postraba delante del Santísimo Sacramento y repetía estas palabras: `Aunque me mates, yo confiaré en Ti´. Me parecía que agonizaba en aquellos dolores. El pensamiento que más me atormentaba era que yo era rechazada por Dios. Luego venían otros pensamientos: ¿Para qué empeñarme en las virtudes y en buenas obras? ¿Para qué mortificarme y anonadarme? ¿Para qué hacer votos? ¿Para qué rezar? ¿Para qué sacrificarme e inmolarme? ¿Para qué ofrecerme como víctima en cada paso? ¿Para qué, si ya soy rechazada por Dios? ¿Para qué estos esfuerzos? Y aquí solamente Dios sabe lo que ocurría en mi corazón” (Diario, 77).
“Terriblemente atormentada por estos sufrimientos entré en la capilla y de la profundidad de mi alma dije estas palabras: `Haz conmigo, Jesús, lo que Te plazca. Yo Te adoraré en todas partes. Y que se haga en mí Tu Voluntad, ¡oh Señor y Dios mío!, y yo glorificaré Tu infinita Misericordia´. Después de este acto de sumisión cesaron estos terribles tormentos. De repente vi a Jesús que me dijo: `Yo estoy siempre en tu corazón´. Un gozo inconcebible inundó mi alma y [llenó] de gran Amor de Dios que inflamó mi pobre corazón. Veo que Dios nunca permite [sufrimientos] por encima de lo que podemos soportar. ¡Oh, no temo nada!; si manda al alma grandes tribulaciones, la sostiene con una gracia aún mayor, aunque no la notamos para nada. Un solo acto de confianza en tal momento da más gloria a Dios que muchas horas pasadas en el gozo de consolaciones durante la oración. Ahora veo que si Dios quiere mantener a un alma en la oscuridad, no la iluminará ningún libro ni confesor”(Diario, 78).
“Si el Señor quiere llevar un alma a través de tales sufrimientos, que no tenga miedo, sino que sea fiel a Dios en todo lo que depende de ella. Dios no hará daño al alma, porque es el Amor Mismo y por este Amor inconcebible la llamó a la existencia. Pero cuando yo me encontraba angustiada, no lo comprendía” (Diario, 106).
“Después de esos sufrimientos, el alma se encuentra en gran pureza de espíritu y en una gran cercanía con Dios, aunque tengo que decir que durante los tormentos espirituales, ella está cerca de Dios, pero está ciega. La mirada de su alma está envuelta en tinieblas y Dios está más cerca de esta alma sufriente, pero todo el secreto está precisamente en que ella no lo sabe. No solo afirma que Dios la ha abandonado, sino que dice ser el objeto de Su odio. ¡Qué enfermedad tan grave de la vista del alma que deslumbrada por la Luz de Dios, afirma que Él está ausente, mientras es tan fuerte que la ciega! Sin embargo, conocí después que Dios está más cerca de ella en aquellos momentos que en cualquier otra circunstancia, ya que con la ayuda normal de la gracia no podría superar las pruebas. La Omnipotencia de Dios y una gracia extraordinaria operan aquí, porque al no ser así, sucumbiría bajo el primer golpe” (Diario, 109).
“¡Oh Divino Maestro, esto [es] solamente Tu obra en mi alma. Tú, oh Señor, no temes poner al alma al borde de un abismo terrible, donde ella se asusta y tiene miedo y Tú vuelves a llamarla. Estos son Tus misterios inconcebibles!” (Diario, 110).