La gracia de la Divina Misericordia
Santa Faustina Kowalska destaca en diversos pasajes de su Diario, la Divina Misericordia en mi alma cómo la Misericordia de Dios actúa con toda su fuerza aun en el mayor pecador. Se trata de una gracia infinita, que no cesa ni se agota, y que siempre está a disposición de toda persona, más allá de los pecados que haya podido cometer.
Incluso ella misma relata ciertos momentos en los que siente debilidad en su alma, hallando consuelo únicamente en Dios: “cuanto más miserable es mi alma, tanto mejor siento que el mar de la Misericordia de Dios me absorbe y me da una enorme fuerza y fortaleza” (Diario, 225).
A continuación, os traslado sus propias reflexiones sobre la gracia de la Divina Misericordia y también las palabras que le transmitió Jesús, que como es habitual os destaco en color negrita, con indicación de los numerales del Diario en los que podéis encontrar su testimonio.
“Al final del primer año de noviciado, mi alma empezó a oscurecer. No sentía ningún consuelo en la oración, la meditación venía con gran esfuerzo, el miedo empezó a apoderarse de mí. Penetré más profundamente en mi interior y lo único que vi fue una gran miseria. Vi también claramente la gran Santidad de Dios, no me atrevía a levantar los ojos hacia Él, pero me postré como polvo a sus pies y mendigué Su Misericordia.
Pasaron casi seis meses y el estado de mi alma no cambió nada. Nuestra querida madre maestra me daba ánimo [en] esos momentos difíciles. Sin embargo, este sufrimiento aumentaba cada vez más y más. Se acercaba el segundo año del noviciado. Cuando pensaba que debía hacer los votos, mi alma se estremecía. No entendía lo que leía, no podía meditar. Me parecía que mi oración no agradaba a Dios. Cuando me acercaba a los Santos Sacramentos me parecía que ofendía aún más a Dios. Sin embargo, el confesor no me permitió omitir ni una sola Santa Comunión. Dios actuaba en mi alma de modo singular. No entendía absolutamente nada de lo que me decía el confesor. Las sencillas verdades de la fe se hacían incomprensibles, mi alma sufría sin poder encontrar satisfacción en alguna parte. Hubo un momento en que me vino una fuerte idea de que era rechazada por Dios. Esta terrible idea atravesó mi alma por completo. En este sufrimiento mi alma empezó a agonizar. Quería morir pero no podía (…).
Esta terrible idea de ser rechazados por Dios es un tormento que en realidad sufren los condenados. Recurría a las heridas de Jesús, repetía las palabras de confianza, sin embargo esas palabras se hacían un tormento aún más grande. Me presenté delante del Santísimo Sacramento y empecé a decir a Jesús: `Jesús, Tú has dicho que antes una madre olvide a su niño recién nacido que Dios olvide a Su criatura, y aunque ella olvide, Yo, Dios, no olvidaré a Mi criatura. Oyes, Jesús, ¿cómo gime mi alma? Dígnate oír los gemidos dolorosos de Tu niña. En Ti confío, ¡oh Dios!, porque el Cielo y la Tierra pasarán, pero Tu Palabra perdura eternamente´. No obstante, no encontré alivio ni por un instante” (Diario, 23).
“¡Oh almas humanas!, ¿dónde encontrarán refugio el día de la ira de Dios? Refúgiense ahora en la Fuente de la Divina Misericordia. ¡Oh, qué gran número de almas veo que han adorado la Divina Misericordia y cantarán el himno de gloria por la eternidad!” (Diario, 848).
A Jesús le duele especialmente que no se confíe en Él, tal y como transcribe sor Faustina en su Diario:
“La desconfianza de las almas desgarra Mis entrañas. Aún más Me duele la desconfianza de las almas elegidas; a pesar de Mi Amor inagotable no confían en Mí. Ni siquiera Mi muerte ha sido suficiente para ellas. ¡Ay de las almas que abusen de ella!” (Diario, 50).
“Secretaria Mía, escribe que soy más generoso para los pecadores que para los justos. Por ellos he bajado a la Tierra…. Por ellos he derramado Mi Sangre; que no tengan miedo de acercase a Mí, son los que más necesitan Mi Misericordia” (Diario, 1275).
“Diles a las almas que no pongan obstáculos en sus propios corazones a Mi Misericordia que desea muchísimo obrar en ellos. Mi Misericordia actúa en todos los corazones que le abren su puerta; tanto el pecador como el justo necesitan Mi Misericordia. La conversión y la perseverancia son las gracias de Mi Misericordia” (Diario, 1577).
“La pérdida de cada alma Me sumerge en una tristeza mortal. Tú siempre Me consuelas cuando rezas por los pecadores. Tu oración que más Me agrada es la oración por la conversión de los pecadores. Has de saber, hija Mía, que esta oración es siempre escuchada” (Diario, 1397).
Precisamente, sor Faustina narra que a menudo ruega la Misericordia de Dios por las almas:
“Me relaciono a menudo con almas agonizantes impetrando para ellas la Misericordia de Dios. ¡Oh, qué grande es la Bondad de Dios!, más grande de lo que nosotros podemos comprender. Hay momentos y misterios de la Divina Misericordia de los cuales se asombran los cielos. Que callen nuestros juicios sobre las almas porque la Divina Misericordia es admirable para con ellas” (Diario, 1684).
“Acompaño frecuentemente a las almas agonizantes e impetro para ellas la confianza en la Divina Misericordia y suplico a Dios la magnanimidad de la Gracia de Dios que siempre triunfa. La Divina Misericordia alcanza al pecador a veces en el último momento, de modo particular y misterioso. Por fuera parece como si todo estuviera perdido, pero no es así; el alma iluminada por un rayo de la fuerte, y última, Gracia Divina se dirige a Dios en el último momento con tanta fuerza de amor que en ese último momento obtiene de Dios [el perdón] de las culpas y de las penas, sin darnos por fuera alguna señal de arrepentimiento o de contrición, porque ya no reacciona a las cosas exteriores. ¡Oh, qué insondable es la Divina Misericordia! Pero, ¡qué horror! También hay almas que rechazan voluntaria y conscientemente esta Gracia y la desprecian. Aun ya en la agonía misma, Dios Misericordioso da al alma un momento de lucidez interior y, si el alma quiere, tiene la posibilidad de volver a Dios. Pero a veces, en las almas hay una dureza tan grande que conscientemente eligen el Infierno; frustran todas las oraciones que otras almas elevan a Dios por ellas e incluso los mismos esfuerzos de Dios” (Diario, 1698).
Para finalizar, os dejo uno de los muchos testimonios que Jesucristo transmitió a santa Faustina Kowalska, en el que queda patente cómo actúa la gracia de Su Divina Misericordia en cada alma:
“Soy Santo, tres veces Santo y siento aversión por el menor pecado. No puedo amar al alma manchada por un pecado, pero cuando se arrepiente, entonces Mi Generosidad para ella no conoce límites. Mi Misericordia la abraza y justifica. Persigo a los pecadores con Mi Misericordia en todos sus caminos y Mi Corazón se alegra cuando ellos vuelven a Mí. Olvido las amarguras que dieron a beber a Mi Corazón y Me alegro de su retorno. Di a los pecadores que ninguna escapará de Mis manos. Si huyen de Mi Corazón Misericordioso, caerán en Mis manos justas. Di a los pecadores que siempre les espero, escucho atentamente el latir de sus corazones [para saber] cuándo latirán para Mí. Escribe que les hablo a través de los remordimientos de conciencia, a través de los fracasos y los sufrimientos, a través de las tormentas y los rayos, hablo con la voz de la Iglesia y si frustran todas Mis gracias, Me molesto con ellos dejándoles a sí mismos y les doy lo que desean” (Diario, 1728).
Enriqueta Jiménez Cuadra
21/02/2019 - 14:54
La misericordia de Dios es inciniys